martes, 30 de agosto de 2011

El fin, en principio

Todo terminó. Un libro es un mundo. Un libro terminado es un libro que ha encontrado su cúspide. De todo se puede extraer luego de un final que se contempla. Terminé el libro que comenté hace unas semanas. Claro que lo terminé hace ya unos varios días, pero me encontré con la reflexión.
Creo que todo esto de la devoción a Krishna es plausible, pero esto es lo mismo con cualquier religión: son grandes mundos particulares basados en la bondad, en el bien del alma, y puedo decir exagerando de manera muy apropiada que el movimiento del ISKON es lo más próximo que he llegado tener en frente de mí que me ha resultado verdaderamente convincente... pero hasta cierto punto.
Ciertamente he tenido la experiencia de la búsqueda. Ciertamente todos la hemos tenido. Hemos buscado amparo a nuestras soledad... a nuestras soledades, y unas veces sí otras no hemos estado bien, nos hemos sentido felices, nos hemos sentido dueños de nuestro futuro. En algún momento me dio la impresión de haber encontrado algo en el templo de Krishna. En el templo sentí alegría, no tanto mía, pero sí en el ambiente. Me sentí bien, pero creo que fue simple empatía, el agradable sentimiento de saber que un grupo de grandes personas, amables, bellas, seguras de sí mismas estaban bien, estaban en un lugar y en un estado que muchos no llegan a encontrar jamás.
Pero no logré convencerme de seguir ahí. No pude devolver la felicidad que querían compartir conmigo porque simplemente no pertenecía ahí.
Me he criticado duramente muchas veces y lo volveré a hacer muchas veces más por supuesto, y ahí en el templo caí de nuevo en la cuenta de mi gran debilidad, esa que me ha pausado toda la vida: mi incapacidad para formar parte de un grupo, mi individualidad que considero muchas veces verdaderamente contaminante y que debo combatir. En todo caso no siento que ese templo sea la solución. Pero he visto claridad, una claridad importante: debo encontrar mi sendero y la gente con la que lo recorreré, pero por mi propia cuenta, tomando riesgos, no enclaustrándome. No transformándome en otra cosa que no soy. No refugiándome entre paredes renegando de un mundo que la mayor parte del tiempo me parece hermoso.
Así como nunca he estado convencido de la idea de Jesucristo ni de la idea de un infierno, tampoco me he encontrado con un verdadero convencimiento de que exista un Krishna, porque ciertamente no me siento capaz de creer en ese ser superior en cualquiera de sus formas, porque los dioses son excluyentes, son reservados para grupos diferenciados, no puedo formar parte de un grupo de devotos al cual llegué por el azar, de un azar del cual están excluidos aquellos que viven en condiciones que les limitan a aproximarse a tal, alejados de la influencia de los devotos de esta religión o de la otra y han crecido creyendo en la religión equivocada según la otra religión, apesar de que el Hare Krishna dé la impresión de no hacerlo.
Pero exagero un poco. Tampoco es que reniegue contundentemente la existencia de un dios. Hoy más que nunca la devoción me es de manera particular admirable. Hoy admiro, como no lo hice de ninguna modo antes, la idea de la romería ahcia Cartago, del ceder el corazón y el físico a la idea de un ser puro.
El caso es que no puedo contener del todo esa idea, ni esa incapacidad me representa una verdadera molestia.
Pienso de repente en la devoción como un rumbo, no hacia un paraíso o tal cosa, sino hacia algo así como la paz, la expansión y la energía de la mente. No hablo de devoción hacia una divinidad, sino a la vida o algo en ella: devoción por las artes, la risa, la ciencia, y otras tantas cosas.
Sí creo que cuando esa devoción es plena, algo se pierde en el camino, es el fin de varias cosas, entre ellas muchos males y también algunas cosas buenas. La devoción es sacrificio y el sacrificio es opcional, es un dolor opcional.



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