jueves, 2 de junio de 2011

Escribir más

¿Y por qué dejó de escribir? Por cosas muy simples, pero sí, hay más de un motivo. Creo que debería tratarse de motivos increíblemente cuerdos más que acertados. En principio la culpa recidió en el profundo desencanto por lo que se escribe en la actualidad, junto con lo que se dejó de escribir. Se explica: todo tiene que ver con la ciudad, su ruido, su oscuridad gris, sus pobres seres humanos que la mastican; incluso cuando se quiere escribir sobre la naturaleza el lápiz siempre se plaga de humo negro.
Se dijo: "Yo no sé escribir sobre la ciudad", ni quería, su voz decía que eso no le gustaba, entonces dejó de escribir por eso, y porque no le gustaba leer sobre la ciudad.
Otro motivo, un poco más patético: se le acabaron las ideas. Esa era la convicción. "Ya no me queda nada que pueda decir", dijo. Es un tanto apocalíptico eso, además de ser el gran temor de muchísimos aspirantes a ser leídos: se acabaron las ideas, ¡que algún otro escriba! Es patético el exescritor ya.
El último motivo (quizá no se le ocurrieron más): escribir no vale la pena. Este no es patético, es un poco inquietante. ¿Qué se dejó decir el pobre hombre? "Todo lo que soy y lo que llegué a ser es por motivo completo de lo que he leído", dijo, "todo lo que soy... y no me creo capaz de ser algo tan grande para nadie más, lo que escribo no vale lo suficiente como para ser algo en el alma de alguien..." Se dice que el elemento de trabajo del escritor es la palabra, pero la palabra se creó para llenar un sustancia invisible: el alma. Que labor tan delicada. De ahí su incansable presencia y su inamovible capacidad para no ser nunca la misma. Siempre en constante cambio, imperceptible en el momento, y tan evidente luego que cualquiera es capaz de reconocerlo.
Pero dejó de escribir. Uno también lo piensa un poco, y sí: algo de inútil hay en escribir, porque a fin de cuentas los textos que sobreviven son una cruel minoría en cuanto a los que se pierden para siempre, por más o menos literarios que sean, no nos equivoquemos al etiquetar la escritura como una estrategia para llorar.
Uno ya ha pensado en que lo que uno escribe no vale muchísimo la pena, pero no se deja de escribir, se puede dejar de confiar en lo que se escribe, creo que eso es lo más normal, natural, humano, que pueda haber. Escribir es una tarea artificial, es una tradición de siglos y siglos, pero sigue siendo algo artificial, no es más natural que un espejo. Son parecidos pero no son iguales, ante ambos fluye la conciencia, pero no son iguales.
He abandonado el problema del pobre que dejó de escribir, que me disculpe, me distraje escribiendo.