lunes, 13 de febrero de 2012

En honor a la verdad


Las épocas ya no son épocas. Todo es descripción, todo parece estar hecho a imagen y semejanza de la imaginación. De la misma forma todo se transforma; la historia es manipulable, incluso la propia. No he en realidad releído Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas. He pasado la mirada por sus páginas y todo ha sido como pasar por recuerdos, como recorrer los eventos y sentirme, de alguna forma, propietario de un destino. He ido adelante, he regresado, he caído en algún episodio, como cuando se ve un ave se mece y veo también al ave que se mece fuera de mi ventana a mis 8 años. Creo que así me gusta leer. Creo que no tengo otra forma de leer. 
Mamita Yunai es parte de mi vida y he reído con ese libro. Eso es lo que recuerdo: “Tantos aspavientos para hacer una pelota de arroz ahumado”, dice Calero, y yo río y sé que a su alrededor se pelean por la vida y por la muerte las ranas, los zancudos y lo que queda de una que otra alma. 
He vuelto a la sombra del banano para contemplarme en mi débil figura, que quiere sudar, lastimarse y abrazar a los amigos frágiles que trae la vida. Así es la vida también, como nada lo es, frágil y cruel. Nada es así. Y leyendo ve uno que la crueldad sí es de la vida y no de la muerte. No hay derecho para quejarse de la muerte. Siempre las culpas serán del que mata. Aquí hay algo de paradójico: el que mata ¿destruye o libera? Imagino que las dos cosas, pero destruye lo que quedaba en la tierra y libera a lo que se aleja de ella. 
Casi estoy delirando. ¿Es el sufrimiento lo que construye al hombre? ¿Cómo puede luchar un hombre feliz? Sus armas, ¿cuáles son? ¿Le teme el enemigo a la felicidad de su rival? ¿O le temerá a lo que es capaz de hacer cuando se la arrebatan?
En honor a la verdad, no lo sé. Debería luchar, tan solo para aclarar la primera duda de todas: ¿seré feliz?