domingo, 1 de mayo de 2011

El retrato

Ninguna mirada es presa,
es cazador que se multiplica,
de ahí lagrimea el lápiz,
cual látigo sin brazo.
La mirada negra se consume
en un cielo cuadrado,
mientras el modelo se refugia
en la aldea del espejo.
Acá se apoya como sombra
al paso del caminador.
Sin el cuerpo se sostiene
el rostro inmóvil
y el cabello inverosímil
y la boca que calla
cual brazo sin látigo.
Algo hay en el retrato
que nada tiene que ver con el ojo;
quizá es la pista del autor
y el hurto infeliz
de la lágrima que no lloró
y la mirada penetrante
del que teme por su banal
exposición.
El círculo y sus coordenadas,
el mundo por el que
rueda el sutil carbón.

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